Siempre me ha impresionado la historia de la niña sordomuda Helen Keller y su alma comunicativa: Anne Sullivan. Si la historia de Helen enseña algo, como muy bien han descrito la antropología, la psicología y la teoría de la comunicación, es que el ser humano no puede vivir sin relacionarse. Aunque esto, ya mucho antes, lo señalaba el libro del Génesis: “no es bueno que el hombre esté solo”. Esta afirmación describe al hombre como ser social, pero entendiendo esto en toda su profundidad ontológica: si no es bueno que el hombre esté solo es porque su mismo ser es trascendente, comunicativo, relacional. De otra forma podríamos decir: "es bueno que el hombre esté en relación". Este “estar en relación” es algo más que vivir en el mismo lugar. Infinidades de veces me he encontrado con personas que viven junto a otras pero están solas. Es decir, la relación propia del ser humano no es sólo “estar junto a”. Hay personas que se sienten solas porque a nivel profundo no se pueden comunicar, y comunicarse a nivel profundo significa que hablamos un mismo lenguaje y, por lo tanto, entendemos lo que nos decimos. Esto no es fácil, pero si no se da, no se puede experimentar lo que significa estar con otro. Por otra parte, esta relación no se puede reducir a “dialogar”. Si el diálogo no hace al otro un compañero de camino en busca de la verdad, el diálogo -en este caso- separa más que divide.
Por lo tanto, sería bueno, al principio de este año, vivir como seres relacionales pero sin quedarnos en esteriotipos externos: que haya gente junto a mí o que pueda dialogar para llegar a consensos. Se trata, más bien, de relacionarnos con sinceridad y en la verdad, para que el vino que aporta cada encuentro, el vino de la paz, de la verdad, de la confianza, del descanso, de la humildad, pueda ser bebido en un encuentro de amor.
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